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Vínculos eternos (17-02-2023)


Vínculos eternos


Egsajvoth había vuelto a la cueva primigenia y contemplaba los hechos de distintas eras en un mundo donde el tiempo había tomado otra dimensión. Contra el olvido, se habían creado puentes como los libros energéticos y físicos, pero, sobre todas las cosas, el brillo del beckñeort. Esta era la esfera de energía creada por Gieyi desde que salieron de la cueva los demás. Gracias a una magia tan poderosa, que jugaba con las esencias del cosmos cual encantamientos primigenios, podían almacenar los recuerdos de los mumbi y que sus vidas no se perdieran en el caos de tantos acontecimientos donde el universo se iba a procesos que podían manipular, pero que les dejaban fuera.


Había conseguido construir el primer puente gracias a piedras de los alrededores de la cueva de energía y cruzado un río en la frontera con lo material. Todavía, las magias de cambios de forma, tamaño, aspecto físico y envejecimiento les eran ajenas en aquello lejanos tiempos de hacía exactamente 100.419.840 años. La realidad fue que se cayeron varias veces y cayó a ese río, recuperándose por días. No podían morir, pero eran esclavos del dolor y del tiempo. ¿Quién sabe? Lo mismo lo que han anotado como diez años fueran millones o cientos de miles, pero la memoria es caprichosa y los eventos fijados nueve años antes de la primera Inversión del Orden Universal por exceso de equilibrio se tornan confusos. Recuerda admirar los bosques, la energía, los colores, el agua sentida por esa diferencia entre materia y energía, o el fluir de la magia como un río que se desborda si no entrenas para superar el caos. Hasta los evilonmaloeno parecen un sueño terrorífico de esos diez años antes del inicio del control. Al final, todo aquello son ecos acallados por un rurnrrujaf interior que no llegó a huir por cantos armónicos, sino que se quedó abrazado a su esencia y ese mumbi se sentía sin voz para narrar todo lo vivido.


Corría el año 105.000 D.I.O.U. cuando los karshars, con fuegos, ser gargólico y cuerpo de gato antropomorfo con cabeza de murciélago, bolsa de marsupial y alas de dragón, en sus apenas cinco o quince metros, jugaban a la guerra contra cientos de especies de dragones y otros simples mortales. Ni siquiera los gols habían surgido y los dinosaurios vivían sin esconderse. Nuestros enemigos los finque y otros humanos deambulaban por el mundo en consonancia con el caos de maldad y reglas que los mumbi establecíamos. Para ser precisos, fuerzas más profundas ocupaban el tiempo de este constructor que la geopolítica de los antepasados y de los arcos de los edificios burocráticos. Sin embargo, como los nallares, humanos llegados de la mano de los elfos, en aquel remoto año 1.000, buscaba su propio camino entre civilizaciones que caían y crecían, nuevas ciudades, no sólo en caminos entre laderas de montañas, y adoptó como mascota a una especie de dragones especialmente grandes para lo normal en esas criaturas. Faltaban eones para que llegaran los torsus con dominio de la magia transformatamaños y los encontró tiernos. Podían llegar a alcanzar los dos kilómetros de largo por uno de tronco, y dos de alas con medio de alto. Magias variadas, veneno y fuego le hicieron tambalearse en modo gigante ante lanzas mágicas y hachas. Les ayudó a escapar.


Podía haber unos cincuenta mil en todo Pantakakistos y eso que limitaban la población de criaturas gigantes a la vez que formaban parte del ciclo de la magia cual los ñuberus usan la lluvia y sus ciclos para reciclar la magia. Entendían la naturaleza, la magia, el pensamiento, la memoria, y la zona aérea donde, cinco mil años atrás, habían sido testigos de esa convergencia sacra de horizontalidad y verticalidad en una señal de control del destino por establecer cierta paz. Disfrutaba de su compañía y de las historia sobre los mortales que narraban. Los cambios tecnológicos de los mortales, las eras de futurismo, o gorlispoklop, cuando algún mumbi lo permitía y no les hacía volver al gorlispoklomab semejante a lo que otros universos llamaban el cuarto milenio antes de un tal Cristo; más conocido como el mago de los inapropiados. Egsajvoth los vio chistosos, pero encontraba reconfortante que, cuando esos inapropiados, tan llenos de compasión, lo que los turlët, demonios exploradores de universos materiales e inmateriales, capaces de morir con la magia aleatoria del metrónomo del fuego, a manos de su poder, por encima de ser casi indestructibles sus cuerpos ante otras criaturas, llamaban “lur” y otros universos llamaban “lealtad” y “confianza”. Al menos, eso encontró en sus muchas investigaciones sobre los mundos Yesfojaf; con sus coches, sus ordenadores, PlayStations y balas aburridas frente a la grandeza de las magias, las flechas, ondas, las secuoyas lanzadas y los elementos. O en las naves que atraviesan el vacío mientras mumbi duermen en él tras saltar y viajar.


El tiempo ensalza las nostalgias, las tristezas y las culpas, pero, de todos los edificios, no sólo puentes, que creó a lo largo de eones, colaborando con distintas criaturas que la magia y la evolución pusieron en su camino, aquel del que más orgulloso se sintió fue el de la Astú llamada La Ciudad Viva. Esta acabaría por llamarse la Ciudad Ambulante gracias a unos vínculos eternos. Los dragones gigantescos, o jawwe, con una esperanza de vida de ciento quince mil años, aunque podían pasar siglos de dormir, de reposar las bestias gigantes comidas y años de reproducirse, jugarían un papel mayor que el de mascotas en el fluir cósmico de los seres humanoides de energía o mumbi.


Aquel año 97.442.845 había sido muy frío. Egsajvoth viajó a la lejana Ojseekland donde los seiggrood, a modo de tormentas, hacían estallar a los animales y plantas que encontraban a su paso. Los años le habían hecho entender a Egsajvoth que, en el año 50.204.001, la beckvivwuum, o esfera de mana, había respondido al deseo de su propia voluntad y su propia consciencia mágica. Los evilon maloe, deseosos de obtener ese poder para poder tomar forma sin recurrir al yeso y la tierra, acabaron convertidos en espectros de sangre. La esfera de maná desapareció ese día, pero los seiggrood se quedaron sin descanso. En ese año tan frío, se hizo con varios y, con la ayuda de Zuv y su mundo arpa cuadro, en ciencia infusa, intuyó cómo usarlos mágicamente para lograr un nuevo reto en la historia de la magia y de las construcciones: Construcción inerte viva.


El mundo había dado lugar motu proprio a criaturas como los proesaath. Aire que adopta forma de testa de roca parlante a través del viento con aspecto y forma de cambio constantemente en ciclos de rostros y cabezas. Y un proesaar le atrapó durante un milenio.

Sin embargo, fueron meses agotadores en lo físico, en lo mental y en lo mágico sólo comparables a cuando, con apenas doscientos treinta y nueve años, pasó por un camino y ese proesaar, como era su costumbre, adoptó la forma de cabezas que cambian de forma y atrapan a quien va por los caminos. Andaba despistado con las ideas para esculpir un nuevo puente de bronce, valorado en ochocientas ninihoon, y pensaba que no lograría atraparle ese ser, pero se equivocó y tardó ese milenio en salir de sus dientes pétreos.


Todo aquello había quedado muy lejos y, en el 97.442.845, se sentaron las bases de esa ciudad viva. Sentía una fuerte conexión con esa ciudad con muros parlantes, que adoptaba rostros cargados de humor, enfado, rabia, miedo y curiosidad. Progenie de su magia que era puro vivnz o hechizo que sólo puede espirar con la muerte. Así, se iba regenerando con el tiempo, adornándose con bosques, aguas, farolas, y maquillajes de polvo, pero, en un centenar de millares de años, Astú se cansó de permanecer en el mismo lugar y las ausencias de su padre putativo Egsajvoth eran cada vez más largas y frecuentes.


-Padre, he aprendido sobre la naturaleza, sentido el mundo en su magia protectora que crea estaciones y hace habitable esta esfera con cuerpo plano y un bra que marca el día y la noche para avanzar en un caminar cual fuera esférico. Los continentes roncan y he visto a muchos viajeros refugiarse en mis rincones, recoger mi comida, alimentarme con historias de granadas láser, monos verdes con antenas y dracmas financiando reinos. Necesito mirar al mundo con mis propios ojos, pero no soy capaz de andar. -Le confesó Astugaz o La Ciudad Viva sin pensar que pronto sería Polisprek o La Ciudad Ambulante.


Egsajvoth entendió que necesitaba darle su propio espacio y que esa creación descubriera su propio camino. No la habría de temer o de sobreproteger. Era un ser con consciencia propia que se merecía tomar sus propias decisiones desde el corazón. Así que se dirigió ante esos dragones gigantes que visitaba puntualmente y preparaba comida. La acogida fue tan afectuosa como en otras épocas, y eso que algunos eran crías cuando los vio. Habían logrado prosperar y eran cuatrocientos mil viviendo con abundancia. El mumbi estaba acostumbrado a la violencia. Cual otros de los suyos, tenía entre sus dientes los restos de sus enemigos. Así era el dicho. Claro que su arena en el ojo era esa emoción que le acercaba a los inapropiados, pero que se negaba a admitir; la compasión afectuosa hacia los jawwe. Estos aceptaron ese favor que les pidió por eones y prosiguieron su marcha para descubrir el mundo con compañía, y sumarse a sus inercias hermosas y terribles.


Los jawwe cargaron sobre sus hombros esa ciudad que preservaría la voluntad del pensamiento y la acción, de lo vivo y de lo muerto, de lo inerte y de lo orgánico, de lo esencial y de lo cíclico, para compartir su sabiduría. Conscientes de que cambiaban muchas cosas y otras se repetían en la vida de una macrocivilización y culturas a lo largo de tantos eones, con tantos contactos por el multiverso, más cambios locales desde una voz de base donde darse sentido a ellos mismo y jugar a los relevos de tal ciudad.


Egsajvoth tenía otros puentes que abordar porque no sólo debía construir y poner cimientos en piedra o energía, sino en datos, entendimiento, diplomacia, conocimiento, forma y vidas. Tanto por hacer, tanto riesgo y una eternidad acogedora ante el nido vacío.


Así, Astugaz, al fin, pasó a ser Polisprek, o una de ellas, y Egsajvoth avanzó entre tiempos, realidades y los planetas de Evilon Maloe, consciente de que hay vínculos eternos entre órdenes mágicos que hacen fluir al caos, y dejan que otros encuentren su propio camino; en un panorama oscuro y egocéntrico donde el tiempo esclaviza y libera.


Relato corto del imaginario de “El Fin de Pantakakistos en Yesfodú” realizado por Javier Valladolid Antoranz en Fuenlabrada, Madrid, España, a 17 de febrero 2023:


Javier Valladolid

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